La escuela es el segundo hogar

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Educación con amor

martes, 27 de abril de 2010

Vida de Mozart (resumen)

!Mozart es único! Ni eterno ni divino
No, Mozart, el eterno niño, no era noble ni eterno, y aunque su risa era incesante y aunque su música, en los momentos más trágicos, conserva el eco de esa risa, tampoco era un dios. Incluso vivió una época, la ilustración, en que, para demoler las eternidades vigentes desde la Edad Media -Dios y la monarquía, el clero y la nobleza-, los jóvenes europeos comenzaron a reivindicar los medios tonos y los estados crepusculares. Mozart mismo, en contra de la autoridad de su padre, dejó de lado la nitidez del clavicordio para abrazar el piano, un instrumento que precisamente -de ahí su nombre- era tan capaz de expresar el piano y el forte, es decir, el susurro y el grito, las sombras y las luces, la caricia y el golpe.

Mozart nació el 27 de enero de 1756, en la ciudad de Salzburgo, Austria. Fue bautizado al día siguiente en la catedral con los nombres de Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus. Más tarde, acaso para lograr la misma equilibrada armonía que buscaría en la música, el compositor se haría llamar Wolgang Amadeus. Fue hijo de Leopold Mozart, músico al servicio del príncipe-arzobispo de Salzburgo, y María Anna Pertl. De los siete hijos del matrimonio, sólo sobrevivieron la cuarta criatura, María Anna Walburga Ignatia, conocida como Nanneri -nacida en 1751-, y el benjamín, Wolgang. Desde muy pequeños, mostraron una asombrosa capacidad para la música, sobre todo Wolfgang, para quien interpretar y componer era como un juego. A los cuatro años, ya tocaba el clavicordio; a los cinco, empezó a componer; a los seís, hacía maravillas con el violín, aunque nunca había recibido clases sistemáticas de este instrumentos. Podía leer música a primera vista, tenía una memoría prodigiosa y poseía una inagotable capacidad para improvisar. Definitivamente, no era un niño común.
Para los antiguos griegos, la risa era el lenguaje de los dioses. Según incontables testimonios, Mozart reía con facilidad, tenía la broma fácil y era juguetón como un niño. Tras haber asistido a su primera interpretación en público - el genio de Salzburgo apenas tenía seis años-, el conde Zinzendorf apuntó en su diario: "Mozart toca maravillosamente, es un niño lleno de espíritu, vivaz, encantador". El 14 de octubre de 1791, cuando ya estaba enfrascado en la composición del Réquiem - e intuía que el destinatario de esa música fúnebre era él mismo-, en la última carta que le escribe a su "Queridísima y amadísima mujercita", Mozart dice: "En pocas palabras, los niños no hacen nada, salvo comer, beber, dormir y pasearse". De hecho, como si los niños -por propia naturaleza, aunque no por sangre azul- fuesen y actuasen como los mismos nobles que festejaban sus bromas, celebraban su música, pero querían verlo vestido de librea (uniforme de la servidumbre) y le retaceaban el pan.
Su progenitor; que componía y daba clases particulares y que el mismo año del nacimiento de Wolfgang publicó un tratado sobre el arte del violín que lo hizo famoso, era un hombre temeroso de Dios. Leopold creía que los dones musicales de su hijo eran un milagro divino que él, como padre, debía conservar y cultivar. Con esta profunda convicción, la formación de su hijo Wolfgang pasó pronto a constituir el centro de su vida. Finalmente, cuando el pequeño iba a cumplir seis años, Leopold decidió exhibir las dotes musicales de Wolfgang y Nanerl ante las cortes de Europa.
Sin embargo, Mozart no fue un dios. Empujado por la miseria, hasta sus huesos, inhallables, se perdieron en la fosa común. Como tantos seres que tuvieron trato con los dioses, no hay una tumba donde rendirle homenaje. Acaso ese día en que, como se sueña en su ópera LA FLAUTA MÁGICA, "la Tierra será un reino celestial/y los mortales serán semejantes a los dioses", todo el mundo -tanto el planeta entero como cualquier ser humano- sea su lugar de residencia definitiva y su natural homenaje.



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